De pequeña, y de joven, yo devoraba libros. Fue nuestro padre que
transmitió esa pasión a mí y a mi hermana. Él tenía un hambre por estudiar, por
aprender, por descubrir, que tardó en poder satisfacer ya que tuvo que empezar
a trabajar en una fábrica cuando tenía trece años.
Luego, estudiando por las tardes, se hizo agrónomo, y durante algunos años
tenía que viajar mucho en su trabajo. Creo que visitaba las librerías en todos
los sitios adonde iba. Quizá mi memoria lo exagera, pero recuerdo sus vueltas a
casa como una fiesta: volvía con una caja llena de libros, y él, mi hermana y
yo nos sentábamos en el jardín o en el suelo del salón, donde sacó todos los
libros para que mi hermana y yo eligiéramos: uno para mi hermana, uno para mí, otro para mi hermana, otro para mí.... Eran libros para niños, para
adolescentes, para adultos; todo mezclado y todo fascinante.
Así nos acostumbramos a tener acceso a un sinfín de mundos diferentes, a
poder ver un mismo mundo desde diferentes puntos de vista, a conocer a otros
seres –humanos y animales- con los que compartimos este mundo, y a recibir
ayuda y estímulo para dar voz a las cosas que sentimos de forma vaga y sin palabras
dentro de uno mismo.
Los últimos años he dedicado menos tiempo a la literatura –he dado
prioridad a otras lecturas y otras actividades- pero sigo sintiendo que tengo
un montón de “amigos” en mi biblioteca, que han contribuído a hacerme la que
soy, y con los que tengo o he tenido importantes diálogos.
No he leído ningún libro del escritor mexicano Juan Villoro (aunque ahora
está en mi lista de escritores interesantes, por leer - algún día), pero me
gustó la entrevista con él que está en el último número de Diagonal.
Allí habla, entre otras cosas, sobre “el papel doble de la literatura”:
“...Por un lado, es muy importante cuestionar una realidad rota, descompuesta, que nos agrede cada día. No podemos cerrar los ojos. Esto se puede hacer a través de la ficción o también con la crónica o el reportaje. Por otro lado, el novelista tiene que ofrecer formas de felicidad, de sentido de humor, de sensualidad dentro del desastre. Tiene que criticar el entorno y a la vez abrir una ventana hacia
la felicidad. Esta es la paradoja del arte: surge del dolor para generar
placer. Esto, en México, es incluso una actitud rebelde. Pocas cosas en México
son tan disidentes como sentirse contento, porque el entorno no ofrece muchos
estímulus. Generar un pretexto de felicidad es un acto de disidencia...”
Lena
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