Para
todos los españoles nacidos aquí con los que hablo, la primavera
empieza el 21 de marzo.
Pero
yo nací en Suecia, donde el invierno es de meses largos y días
cortos y fríos, y donde la primavera empieza cuando vuelve a
calentar (un poquito) el sol, cuando uno puede pisar suelo que no
esté duro y helado, cuando los pájaros cantan de otra forma y
empiezan a pasar cosas en la naturaleza.
En
mi infancia, las primeras flores silvestres que aparecían eran los
tusilagos, y encontrarlas entre la hierba en las cunetas de los
caminos, donde la nieve acababa de fundirse, significaba todo un
acontecimiento.
Por
eso, aunque por las noches sigue habiendo heladas fuertes en la finca
donde vivo, y todavía hay que dedicar tiempo a buscar y cortar leña
para alimentar la estufa, para mi durante el día el aire ya empieza
a oler a primavera: a tierra húmeda y a presagio de las mil
maravillas que el campo va a ofrecer en los próximos meses.
Aquí,
una de las primeras flores silvestres que se asoman es el Crocus
carpetanus, o
"azafrán serrano", perteneciente a la familia de las
iridáceas.
Estos
en concreto crecían en un monte de rocas, enebros y robles en
Navaluenga.
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