viernes, 6 de octubre de 2017

He estado una semana en Suecia, mi país de orígen. Una semana se pasa rápido, aunque al ir a un país donde uno tiene su pasado, el tiempo se comporta de otra forma...

Siempre me resulta un pelín perturbador esto de que un avión en unas pocas horas le pueda llevar a uno entre tantos mundos distintos.

Aunque tanto en el metro de Estocolmo como en el de Madrid, la gente es más o menos igual: casi todos inmersos en sus pequeñas pantallas. Pero fuera del metro las diferencias llaman más la atención. Estocolmo: muchos menos "urbe" que Madrid, con mucho menos ruído, una mezcla de campo y ciudad, bastante bien organizada. 

...Y luego todos esos bosques, con el suelo esponjoso cubierto de musgo, con arándanos, y setas por todas partes...

Quiero despedirme (por esta vez) de esa realidad más verde y silenciosa poniendo aquí algunas de las fotos que hice.

   "Stora Almby", en Jäder, (Eskilstuna), la granja donde mi tío ha vivido casi todos de sus 83 años. Ahora está jubilado, pero aún así sigue cuidando sus campos - este año de cebada y de pradera - y unas pocas hectáreas de bosque, donde crece una mezcla de árboles caducifolios y abetos que por las normas de la Política Agrícola de la UE lo hace menos rentable pero mucho más bonito que las plantaciones de una sola especie.

Pueblos en Suecia hay pocos: desde el siglo 18 la mayoría de las granjas están dispersas por el campo, con sus tierras alrededor.


"Alsjön", uno de los varios lagos que hay cerca de la casa de mi hermana, en el municipio de Gnesta. Verde y azul, son los colores que asocio con Suecia. Y gris, como los muchos días nublados, sobre todo en invierno, cuando el sol apenas llega a elevarse por encima de los tejados de las casas, y hay que esforzarse para lograr movilizar algo de energía. También blanco resplandeciente, en los pocos días con nieve y sol que puede haber, pero que no están garantizados...

"Bergianska tradgârden", el jardín botánico que hay cerca de la Universidd de Estocolmo.


 Nenúfares, en uno de los inverdaderos.

La sala Mediterráea, en otro invernadero.


De nuevo en Gnesta, en un día de llovizna: abedules, y una pequeña laguna en medio del bosque.

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Camino a casa, al pasar por la plaza del Ayuntamiento, he visto la bandera que está colocada allí. La he sentido hostil, sobre todo después de ver las imágenes de la policía golpeando a las personas que el domingo decidieron participar en el referendum en Catalunya.

La bandera de la confrontación.

Aunque pueda sentir cariño por unos lugares, unas personas, unas palabras y una música, nunca he entendido el "orgullo nacional".

Lena

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