lunes, 2 de enero de 2017

El primer día del año

 
Espero que los lectores de este blog hayan empezado el año mejor que yo. El primer día del año nuevo me levanté con tos, fiebre, dolor de cabeza (es decir, con el mismo catarrazo con el que me había acostado la noche anterior), y con muchas ganas de beber agua. 

No había; fuera hacía 10 grados bajo cero, y estaban las tuberías congeladas.

La verdad es que me hizo sentirme bastante desgraciada, y hasta un poquito angustiada de no poder aliviar mi tos y garganta seca.

Hay cosas que no cuestionamos, que pensamos siempre van a estar allí: agua, comida (aunque no sea la que más nos guste...). Y no necesariamente es así.

En mi caso, después de salir con la secadora de pelo a soplar en un par de sitios que pensaba eran los probemáticos, y después de calentar más el sol, a las cuatro horas ya empezó a correr el agua otra vez.

Fue un alivio, y una alegría.

Me hizo pensar en los miles, los millones de personas que están pasando hambre, sed, frío o calor en los campos de refugiados -oficiales y no oficiales, sin que nuestros gobiernos (con muy pocas excpeciones) se sientan llamados a actuar para aliviar la situción.

El caso de España (me refiero a nivel oficial) es bastante escandaloso: Según un informe de Oxfam-Intermon, de septiembre 2016, de los 15.888 refugiados (que ya de por sí me parece un número muy bajo) que el Gobierno se había comprometido a "reubicar", habían venido 201. Por otro lado, hay muchas ONGs que hacen un trabajo muy valiente y estupendo.

He intentado hacer una pequeña donación a Médicos Sin Fronteras, pero no sé por qué motivo no lo he conseguido. Intentaré otra vez. 

Y mientras, pongo aquí un pequeño video de MSF, de un minuto.

 Lena

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