Debo
apresurarme. El tiempo demuele los imperios y las montañas. Sus
brazos son los ríos que esculpen las cuencas; su vientre es el
océano que, con cada respiración, erosiona la tierra. En sus manos
somos barro, arcilla que moldear. El tiempo es espuma de mar. Y dulce
como su arrullo, nos recuerda que estamos vivos; agónico como el
amor, su rostro es la faz de la muerte. El tiempo…
El
tiempo ha posado su mirada en mí.
Debo
contar esta historia antes de que Maya me alcance. O quizá su velo
haya cubierto mis ojos desde que tengo uso de razón. Así lo afirman
los grandes maestros de los Vedas.
Que
seas tú, lector, quien juzgue mis palabras.
…
Así
empieza el cuento “El
sabor de la eternidad”,
uno de los siete cuentos de terror que conforman la antología “No
hay brujas buenas”,
de la editorial Ronin Literario. Transcurre en una India imaginaria,
y es un ingenioso e inquietante relato sobre la identidad, la locura,
y las dudas acerca de la realidad.
Está
escrito por Miguel Tofiño Vian, nativo de Navaluenga, aunque vive en
Valencia desde el año 2008. Estos días ha vuelto al pueblo a pasar
las navidades con su familia, y aprovecho para hacerle una
entrevista.
A
Miguel le conocí cuando estaba estudiando el bachillerato en el
instituto de Navaluenga, y dábamos clases particulares de
conversación en inglés un día a la semana. Teníamos
conversaciones muy interesantes sobre un sinfín de temas, pero sobre
todo hablábamos de filosofía y de literatura. Ya entonces escribía,
y a veces me dejaba leer fragmentos de lo que años más tarde sería
su primera novela publicada: “Mester
de Juglaría”,
en la editorial Valinor (2016).
No
sabe decir cuándo empezó a leer;
es algo tan suyo que le parece que siempre lo ha hecho. Sí recuerda
que a los 10 años leyó la saga del Señor
de los Anillos, de
Tolkien, y los libros de Harry Potter.
-
Eran libros que conseguían hacer lo extraordinario creíble, y
encajaban muy bien en el paisaje montañoso de aquí. Además, en el
primer libro de Harry Potter el protagonista tiene la misma edad que
yo cuando lo leí por primera vez, y era muy fácil identificarse con
él. Todos los chicos que leíamos Harry Potter deseábamos
secretamente que nos llegara la carta de Hogwarts.
Uno
de los temas principales de los escritos de Miguel es la búsqueda de
uno mismo, de su identidad. Una búsqueda que en Mester
de Juglaría pasa
por bastantes aventuras y peligros, pero también -o sobre todo- por
el amor, y por las pérdidas.
Aunque
de forma menos dramática, Miguel ha hecho su propio viaje de
descubrimiento.
Al
terminar el bachillerato, sabía que tenía que irse adonde nadie le
conociera. Y ya que pertenece a esta minoría de personas que se
niega a elegir entre Ciencia y Letras, sino que quiere abrazar las
dos, se fue a Valencia a estudiar Biotecnología.
Pero nunca abandonó sus otros intereses.
-
Necesitaba saber quién era yo, en mis propios términos, y por eso
necesitaba vivir el desarraigo, estar solo y tener espacio mental,
sin que el entorno me definiera. Es la experiencia antropológica, en
realidad: viajar “lejos” para conocerse a uno mismo. Aunque
claro, también el encuentro con los demás fue importante; de hecho
fue lo mejor de todo. Conocer a personas maravillosas con las que
crecer y compartir.
-
Recuerdo el primer año de carrera, llegar allí y al tiempo pensar:
“Madre mía, qué de prejuicios tengo”, y me tuve que deshacer,
para luego reconstruirme.
Le
pregunto qué prejuicios se descubrió.
-
Me di cuenta de que arrastraba muchos prejuicios machistas. Y no sólo
yo: están muy extendidos -también en el mundo académico- y se
expresan de muchísimas maneras. Una de ellas es el menor valor que
se da a la voz de las mujeres, a lo que dicen. Yo mismo lo hacía. En
general, a un hombre se le presta mucho más atención incluso cuando
dice algo que una mujer acaba de expresar. Lo pude ver directamente,
sin tapujos. Darme cuenta de ello requirió esfuerzo, pero después
no me ha dejado de asombrar. Fue como reconfigurar mi cerebro.
-
También era muy egocéntrico. En el pueblo había sido muy
consciente de ser diferente, y tardé en ver que en Valencia no era
así. Además, muchas de mis ideas eran muy simples, y no estaba
acostumbrado ni preparado para contemplarlas desde muchos puntos de
vista.
A
la vez que estudiaba, seguía leyendo y escribiendo, y en el segundo
año de la carrera descubrió un libro que ha sido importante en su
trayectoria: “Los hijos de medianoche”, de Salman Rushdie.
-
Hasta leer “Los hijos de medianoche”, me había fijado sobre todo
en el argumento de los libros, pero con Rushdie descubrí la
importancia del lenguaje; descubrí la libertad que se puede alcanzar
a través del lenguaje, y además, lo divertido que es jugar con él.
Lo gracioso es estuve a punto de abandonar el libro: lo leía tan
despacio para saborear y disfrutar de las palabras que creía que
nunca lo iba a terminar.
En
2012 Miguel se licenció en Biotecnología. Luego hizo un máster en
Biomedicina, y hace unas semanas se doctoró en Biomedicina y
Farmacia por la Universidad de Valencia.
Dice
que le fascina la complejidad de los sistemas biológicos, su
elegancia y su perfección;
que siempre ha querido conocer las cosas por dentro, y que la
mentalidad científica le parece algo muy valioso.
Cuando
le pido que defina esa mentalidad científica se queda un momento
pensando – algo que por otro lado es muy característico de él; se
toma las preguntas en serio, y no responde nunca de forma rutinaria.
-
Creo que la mentalidad científica tiene varios ingredientes: un
espíritu crítico, una conciencia y método para manejar las ideas,
mucha paciencia, cautela, autocrítica... Cumplir a rajatabla los dos
pilares: reproducibilidad y falsabilidad. Y sobre todo algo que no se
menciona tanto: la capacidad para maravillarse ante lo desconocido
primero; y el descubrimiento después.
Cuando
comento que todo esto parece muy alejado de la mentalidad dominante
en la sociedad hoy en día, está de acuerdo, y añade:
-
De todos modos hay muchos científicos que no tienen mentalidad
científica, que es algo que se está perdiendo. En la carrera me
hubiera gustado estudiar filosofía de la ciencia -que ahora no
existe ni como tema propio- pero siento que, en general, las carreras
son cada vez más técnicas y menos científicas.
Hace
un par de años empezó también a estudiar Antropología Social y
Cultural, por la UNED, a distancia.
Siempre
le había interesado la Historia, pero al ver el plan de estudios le
pareció muy aburrido,
por estar casi completamente centrado en España. Y lo que le atraía
a Miguel eran las culturas diferentes, los
otros.
-Siempre
me he identificado con “el otro”; en el pueblo “el otro” era
yo. Además, de pequeño me sentía muy tonto, como que no terminaba
de comprender por qué la gente hacía todas esas cosas que yo veía.
Muchas me parecían absurdas pero para los demás eran tan
naturales... En Antropología uno estudia un gran abanico de formas
de organizarse, relacionarse y vivir, qué sentido tienen esas formas
y cómo han evolucionado. Fue como encontrar un segundo refugio, un
respiro. Además, me permitió confirmar muchas de las ideas que
antes intuía sobre el funcionamiento del mundo, y me sorprendió el
rigor científico en una carrera supuestamente de “Humanidades”.
Fue en Lingüística donde estudié, por primera vez, la base
intelectual del método científico. Y lo mejor de todo es que
encontré una fuente brutal de inspiración.
Esta
inspiración queda muy patente en Donde
los sueños perviven,
el relato con el que el verano pasado ganó -junto con otra
escritora- el concurso de la revista Windumanoth,
donde
está publicado.
Porque
mientras estudiaba, siempre seguía leyendo y escribiendo. Hace dos
meses envió el manuscrito de una novela a una editorial
(está todavía esperando la respuesta) y ya ha empezado su nueva
novela, a la vez que está juntando argumentos para futuros cuentos.
Aparte
de Rushdie, hay varios escritores que han sido muy importantes en su
trayectoria. Menciona al polaco Andrzej Sapkowski, por cómo este
ataca a los estereotipos de género. También Patrick Rothfuss,
de quien destaca su sensibilidad estilística, o el libanés Amin
Maalouf.
Y
sobre todo a Ursula K. Le Guin, cuya muerte en enero de 2018 le hizo
sentir que había perdido a una amiga íntima.
-
Ella era de un espíritu libre y rebelde: eligió escribir ciencia
ficción y fantasía, géneros despreciados dentro del mundo
literario, y además de una tradición muy masculina. En todos sus
escritos se ve un interés muy antropológico, una defensa a ultranza
de los desfavorecidos, y en casi todos subyace una inspiración
taoísta.
La Naturaleza también tiene importancia en su vida y en su obra…
Eran temas e intereses con los que coincidía completamente, y me
asombró ese nivel de coincidencia. Aún me sigue sorprendiendo.
Rushdie me regaló la libertad, y Le Guin le dio un propósito: la
seguridad que necesitaba para saber que estaba tomando el camino
correcto.
Aunque
el libro de “Los desposeídos” de Le Guin también supuso cierta
“crisis” para Miguel.
-
Para mí es un libro perfecto, técnica y artísticamente. Una
“novela total”, como dice Rosa Montero.
Es el libro que me gustaría escribir, y descubrí ya estaba escrito…
Me pregunté si realmente tenía sentido seguir escribiendo después
de haberlo leído.
Pero
afortunadamente Miguel Tofiño Vian sigue escribiendo. Porque es su
camino: a través de las palabras explorar, descubrir, y compartir.
Lena Pettersson