El pasado martes acudimos mi madre y yo a la charla-debate sobre
Educación que había organizado Lena. En un jardincito muy agradable al fondo
del bar El Arroyo nos dispusimos a realizar una actividad muy poco veraniega;
parece que el calor y las vacaciones animan poco a pensar.
Lo primero que debería resaltar es que fue una experiencia muy
positiva para ambos. Escuchamos muchas opiniones diferentes, algunas de
personas directamente relacionadas con la Escuela, siempre en un tono muy
ameno. Desde nuestro punto de vista, la educación está en la raíz de la mayoría
de los problemas que vemos en nuestra sociedad y el mundo: si las personas
recibieran una educación adecuada (tanto escolar como extraescolar) no
cometerían atrocidades, no se guiarían en base al egoísmo o la corrupción, no
actuarían sin tener en cuenta a los demás, etc. Por lo tanto, actuar a nivel de
educación es actuar en el origen de los problemas (que, desde luego, no es
poco).
Aquí está la esencia de la cuestión, porque ahora tenemos que
definir lo que es una educación adecuada. Para ello, Lena planteó (o lo
intentó) tres preguntas a la “audiencia”.
¿Cuál es, o debería ser, el objetivo de la educación? El objetivo debería
ser, desde nuestro punto de vista, producir personas libres (libres intelectualmente),
con conciencia de que viven y están conectados a una sociedad con la que
comparten derechos y obligaciones.
¿Qué se necesitaría aprender para cumplir tal objetivo? Creemos que, más allá
de conocimientos concretos, el hincapié de la educación debería centrarse en
otorgar a los alumnos dos habilidades: curiosidad (porque, con
curiosidad, la persona ya busca por sí misma los conocimientos que le interesan
en esta sociedad donde la información abunda) y espíritu crítico (para,
una vez se accede a la información, ser capaz de discernir entre lo que es
objetivo y lo que es una mentira interesada).
Y, ¿cómo se aprendería eso mejor? Creemos que esas
habilidades se fomentan potenciando las Humanidades en la educación (especialmente
la música, las artes plásticas, la literatura, la historia, la filosofía, el
civismo). La historia, por ejemplo, si se nos enseña bien, nos permite
comprender por qué las cosas ocurrieron como ocurrieron y cómo hemos
llegado a nuestra situación actual, para bien y para mal.
En un sentido más práctico, creemos que, para empezar, la escuela
pública necesita más medios (más profesores por alumno, por ejemplo); también
maestros más en contacto con las nuevas teorías pedagógicas (que, por lo que sabemos,
coinciden con nosotros en otorgar un gran valor a la curiosidad, la
creatividad, la mentalidad crítica), y desde luego leyes educativas que no
orienten la educación como una fábrica de futuros obreros. Porque la mayor
ironía es que eliminar las humanidades de la educación y centrarse en las
disciplinas “útiles” (matemáticas, ciencias aplicadas, tecnología) precisamente
genera personas menos productivas. (Sobre este tema, recomiendo el libro Sin
fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, de
Martha Nussbaum, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales).
En fin, fue una charla muy amena que consiguió sacarnos del sopor
veraniego y nos hizo pensar. Esperamos con ganas la siguiente.
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