En
las últimas semanas he tenido abandonadas tanto Voces de Ávila como
Plazuelanavaluenga, por haberme dedicado a la campaña electoral y a
trabajos de jardinería.
El
resultado de las elecciones fue muchísimo peor que lo que habíamos
imaginado. Y sí, me decepcionó que tan poca gente dieran
importancia a los valores en los que basamos nuestro programa:
Transparencia, Igualdad y Ecología. Pero la mayor decepción no fue
no haber sacado ninguna concejala, sino el hecho de que más de 800
personas (de las 1.720 con derecho a voto) hayan aprobado un gobierno
local caracterizado por la arbitrariedad, por el favoritismo y la
discriminación, por la total falta de transparencia, por el fomento
de un turismo masificado que ahuyenta a muchos residentes y
semiresidentes, por la destrucción del patrimonio natural, por unos
gastos sociales ridícularmente pequeños de los presupuestos, por
permitir y fomentar que los coches invadan el pueblo completamente,
por su arrogancia y por sus abusos de poder…
Creo
que todas las personas que formábamos las cuatro candidaturas que
nos presentábamos desafiando al PP teníamos la esperanza de que
empezara un período sin mayoría absoluta, con un gobierno que
tuviera que negociar y dialogar y buscar soluciones aceptables para
todos.
Y
en lugar de eso, el PP obtuvieron una mayoría absoluta aun más
grande que antes, con 6 de los ahora 9 concejales (en las últimas
elecciones eran 11, pero igual que la mayoría de los municipios
abulenses, Navaluenga está perdiendo población).
Seguramente
muchas personas les votaron por convicción ideológica, o porque los
candidatos eran del pueblo -mientras que los de las otras listas se
nos consideran “de fuera”-, o porque realmente prefieren que
Navaluenga bata records en cuanto a visitas aunque perjudica a la
convivencia, y prefieren los “macroproyectos” ante inversiones
más modestas aunque estas beneficiarían a más gente.
Sin
embargo, pienso que los resultados también se explican en parte por
el fuerte arraigo en estas tierras del sistema de “clientelismo”.
En este sistema los votantes -que se consideran más como clientes
que como ciudadanos- obtienen favores (por ejemplo acceso
privilegiado a empleos, bienes y servicios, o una mayor permisividad
en cuanto al incumplimiento de las normas), a cambio de su apoyo. A
la vez se suele utilizar la amenaza de perjudicar a los que no
colaboran con el sistema. De esta forma las personas dejamos de ser
iguales ante las instituciones y la ley; el trato depende de la
relación con los que ostentan el poder.
Esto
es algo profundamente antidemocrático, y muy cercano a la
corrupción, ya que se utilizan el poder y los recursos público para
fines particulares.
Pues
en este panorama, conviene recordar que la democracia no consiste
sólo en la existencia de elecciones periódicas, sino que según una
definición que leí hace poco, es “un sistema que respeta los
derechos humanos, la libertad de expresión y la igualdad de
oportunidades, que busca ser un sistema justo y velar por el
bienestar general de la sociedad.”
Y
que por mucha mayoría con la que un partido haya ganado estas
elecciones, esta no les exime de la obligación de cumplir las leyes
– incluso las que tienen que ver con la transparencia y con el
medio ambiente.
Lena Pettersson
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