miércoles, 14 de octubre de 2015

Una lengua común....

Cuando oigo a la gente hablar de una “España unida”, para mi son palabras vacías; lo que yo veo es que en la sociedad española hay cada vez más fracturas (expresadas en cada vez mayores desigualdades y una obstinación muy extendida de sólo ver su propio punto de vista). No me interesan los nacionalismos, pero si desearía que hubiera un poco más de “unidad” – en el sentido de sabernos todos unos seres humanos que compartimos la misma parcela del planeta, a la que deberíamos cuidar (no en competencia sino en colaboración con la gente de las otras parcelas).

Para conseguir esa mínima “unidad”, sea a nivel nacional, regional o local, es fundamental tener una lengua (o varias) para poder comunicarnos. En este sentido no creo que importen tanto los accentos, pequeñas variaciones, o errores que podamos cometer tanto inmigrantes como nativos. Lo que sí importa es el significado que damos a las palabras fundamentales para la vida y sociedad humanas.

Y esos significados pueden variar enormemente. Incluso con gente cercana. A lo largo de mi vida he podido comprobar que palabras como “Cultura”, “Respeto”, “Igualdad”, “Justicia” – o palabras como “ahora mismo”, “pronto”( para ser un poco menos solemnes)- tienen a menudo sentidos bastante alejados para diferentes personas.

Tengo la sensación de que este problema –hasta cierto punto normal y humano- se ha accentuado en los últimos años: cada vez está más larga la lista de palabras cuyo significado los grupos del poder (económico, militar, político y mediático) han pervertido.

Pienso que siempre tenemos que esforzarnos para tener una mente y una visión lo más libre e independiente posible. Por eso os propongo un ejercicio: preguntarnos qué significa (para cada uno) algunas de las palabras que aparecen mucho en las conversaciones y los medios. Por ejemplo (para empezar):

TRABAJO
AUSTERIDAD

Me darías una alegría si os tomárais la molestia de enviar algún comentario con vuestras reflexiones.

A modo de inspiración, copio aquí un extracto de la entrevista (publicada en Diagonal hace un par de semanas) con César Rendueles, autor del recién publicado ensayo “Capitalismo Canalla”:

Dice que le parece interesante “promover una resignificación del trabajo, o sea, crear un marco institucional para decidir qué es trabajo y qué no y qué mecanismos empleamos para decidir quién lo realiza y en qué condiciones. Las operaciones financieras no son trabajo sino prácticas parasitarias, hay labores extramercantiles que deberíamos proteger y trabajos penosos que tendriamos que compartir...”



Lena

1 comentario:

  1. Ciertamente, la significación del trabajo por parte de los medios de comunicación no es más que la continuación de lo que hay en un ambiente en el que, el “puesto de trabajo”, viene a ser como la piedra filosofal de los penitentes alquimistas de las colas del paro, que buscan transformar su precariedad vital en oro por cuenta ajena.
    Yo no he trabajado en mi vida, y a estas alturas resultará difícil que cambie de sistema operativo, sin embargo siempre he sido una persona muy ocupada, aunque afortunadamente sin horarios. Soy amo de casa, manejo una familia monoparental de varios miembros, todos ellos menores, y al tiempo hago cosas para conseguir dinero, pero nunca he entendido todo esto como un trabajo, sino como una forma de vida adoptada por convencimiento propio en la que he decidido ser una cuenta irracional antes de convertirme en el guarismo de la cuenta de cualquiera.
    Naturalmente doy por válido que muchas personas no tengan otras miras que no sean aquellas vinculadas a la obtención de un puesto de trabajo remunerado (mejor o peor), y de hecho en muchos casos es necesario disponer de una masa laboral que permita la producción masiva, pero creo firmemente que la Humanidad debería hacer una reflexión profunda respecto de lo que significa un vivir para trabajar que no lleva a ninguna parte y cuya esencia fundamental es la de contribuir a atender unas necesidades, en su mayor parte artificiales o sometidas al contagio social, que crecen de manera exponencial a la absurdamente denominada calidad de vida.

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